El último enigma by Joan Manuel Gisbert

El último enigma by Joan Manuel Gisbert

autor:Joan Manuel Gisbert [Gisbert, Joan Manuel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Juvenil, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2000-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Algo más tarde, Lucas Lauchen, el temible colaborador de la Inquisición, exasperado por las incomodidades de una cabalgata mucho más larga y penosa que las que solía practicar, celebraba una reunión con dos hombres patibularios en una sala del Albergue de Flandes.

—El caballero durmió arriba, el muchacho abajo. Todos los gastos los pagó el hombre —informó uno de los esbirros.

—Y dejó una propina abundante —añadió el otro sicario.

—Queda fuera de duda que los dos van juntos, ¿no es así? —inquirió Lauchen, ávido de conclusiones.

—Eso parece, pero de un modo raro, disimulado —dijo el primer individuo—. Desde luego, algo se traen entre manos.

—¿Cuánto hace exactamente que se marcharon?

—Más de dos horas.

—No dijeron a nadie cuál era su lugar de destino —se lamentó el otro individuo.

—No importa —aseguró Lauchen chasqueando la lengua—: sé muy bien adónde van. Pero el muchacho no ha de llegar vivo allí. Desde ahora vuestro cometido será acabar con él. Su muerte tiene mucho valor para mí. Por ello, mi agradecimiento quedará bien demostrado.

Los dos asesinos se relamieron de codicia y el que hablaba más a menudo preguntó:

—¿Qué dirección ha tomado el muchacho? ¿Dónde podremos tenderle una emboscada sin testigos?

—Los dos van a Brujas. Aunque evitarán el camino real y utilizarán siempre que puedan vías más escondidas. Si echáis todo el resuello —dijo Lauchen mirándolos ferozmente para darles a entender que el fracaso les acarrearía nefastas consecuencias—, tendréis oportunidad sobrada de interceptarlo en las proximidades de Brujas, cuando los caminos aún no ofrecen protección. Entonces dependerá de vuestra astucia el atraerlo a algún lugar adecuado para acabar con él sin testigos. Hay que evitar a toda costa que llegue vivo a la ciudad.

—Dadlo ya por muerto y enterrado, señor —garantizó el sicario más hablador.

—Yo me encargaré del caballero —aseguró Lauchen—. Tengo con él algunas cuestiones pendientes. ¿Recordáis bien la cara del muchacho?

—Su aspecto nos resulta muy familiar —sonrió cruelmente el asesino más silencioso—. Anoche estuvo plantado un buen rato ante una de las ventanas, con el resplandor del fuego iluminándolo. Entre mil lo reconoceríamos.

—Quiero también —exigió Lucas Lauchen con ojos vidriosos— que el cuerpo del muchacho no sea encontrado jamás.

—Descuidad, señor —dijo el asesino que llevaba la voz cantante, con una soez mueca en los labios—: nos encanta hacer de sepultureros.

—Hemos llenado de fosas todo Flandes —aseguró el otro.

Lauchen se puso en pie de pronto. La conversación había terminado. No obstante, antes de salir de la sala se volvió a los esbirros y dijo:

—Y, ya sabéis, no más sufrimientos que los estrictamente inevitables. En realidad, aunque su muerte es necesaria, el muchacho no es culpable de nada.

—No temáis, señor —dijo el asesino principal poniéndose en pie e inclinándose—: le daremos una muerte rápida. Casi no llegará a enterarse de lo que le pasa. Un corte certero y veloz, y adiós, a la fosa de cabeza, que es donde mejor se está después de muerto.



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